🤔 Hey, qué tal. En esta entrega, reflexiono sobre los anuncios de inteligencia artificial de los últimos días y lo que implican para un debate necesario: ¿qué herramientas de IA podemos (o debemos) poner al alcance de los más pequeños?
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🤖 Amigos imaginarios
Hace unos años recuperé un diario en el que había dejado escritas mis vivencias de niño. No era muy extenso, se nota que me aburrí pronto. Sin embargo, me sorprendí al leer un extracto en el que rememoraba cómo un compañero de clase me estampaba contra la pared.
No recordaba haber escrito con tanto detalle acerca del bullying que sufrí de pequeño. De hecho, apenas recuerdo tres o cuatro instancias del acoso al que me enfrentaba en el colegio. Casi todo lo demás se ha borrado, pero sé que el bullying existió porque sí recuerdo el proceso para poder cambiarme de colegio o la reunión con la jefatura de estudios (desde la que no hicieron nada).
Mi madre también recuerda un cambio importante en mi personalidad. Había dejado de ser el niño incandescente y extrovertido de otras veces. Al menos, provisionalmente.
Por suerte, el cambio de colegio salió bien. Internet y los videojuegos tuvieron un papel indispensable en sacarme de aquel atolladero, aunque también experimenté indiferencia y burlas en algunos foros online donde busqué refugio. Generalmente, eran usuarios de mayor edad que me consideraban un forero insoportable.
A grandes rasgos, puedo confirmar que ese Emilio era un forero insoportable. Quizá por eso también he sido (y puedo ser) un tuitero insoportable.
Los niños y adolescentes de hoy están creciendo con herramientas tecnológicas que yo no podría haber imaginado cuando me sentía solo en el cole. Así que aprovechando los anuncios y demostraciones que compañías como Google y OpenAI han hecho estos días, me gustaría imaginar una historia alternativa en la que los chatbots sirven de apoyo a chavales… como yo.
Desde los 13 a los 16 años, lo que ahora recuerdo como si fuera un periodo eterno, el Emilio preadolescente tenía muchas dificultades para tener amigos de confianza. En lo presencial y en lo digital.
Al final, las interacciones online que tenía en foros eran casi exclusivamente sobre videojuegos, mientras que las aventuras que vivía con los Final Fantasy y los Call of Duty eran solo pequeñas huidas fuera de una realidad en la que me costaba horrores hacerme hueco.
Todas esas experiencias me han convertido en la persona que soy hoy en día. Y quiero creer que esas dificultades me han hecho más empático y bondadoso. Pero también sé reconocer que arrastro taras que muchas veces me limitan. Y es posible que haber tenido a lo largo de esa época un compañero de batalla, alguien con quien compartir inquietudes y preocupaciones, alguien en quien descargar mis estragos emocionales, podría haberme ayudado.
Dados los avances vertiginosos de la inteligencia artificial generativa que hemos observado recientemente, este futuro parece estar más cerca que nunca.
Mira la emoción que es capaz de transmitir GPT-4o, el nuevo modelo de OpenAI que puede interpretar texto, vídeo y voz (y que es compatible con 50 idiomas):
O mira el nivel de interacción que puede lograr Google Gemini con NotebookLM, un asistente virtual personalizado que aprende la información que le proveas. Imagínatelo como un tutor de clase, pero también como un asistente de documentación… o un amigo al que le has volcado todos tus diarios.
El periodista Kevin Roose, de The New York Times, contaba el otro día en su podcast Hard Fork que ha conseguido crear una retahíla de amigos de IA con los que interactúa de mil maneras distintas. Con uno tiene debates filosóficos, con otro flirtea y unos cuantos más son parte de un chat en grupo en el que interactúan con Kevin y entre sí.
Chatbots hablando con otros chatbots… ¡sobre ti! Y además, sobre historias, recuerdos y emociones que tú mismo les has contado previamente.
Es probable que OpenAI y Google prefieran evitar jugar con temas tan delicados como la interacción personal (o incluso romántica) entre humanos y chatbots. Ellos están bajo un escrutinio de reguladores y medios de comunicación difícil de esquivar. Pero otras compañías sí van a tomar esas rutas conforme estos modelos de lenguaje mejoren y se extiendan.
De hecho, ¡ya lo están haciendo!
Sí, soy consciente de que las relaciones humanas son las que nos han traído hasta este momento en la historia. También soy consciente de que esa empatía y esa bondad que aprendemos son propiedades humanas que todavía no hemos siquiera atisbado en las IA generativas. Los chatbots responden a partir de grandes modelos de lenguaje basados en la predicción, en la interpretación de patrones, no en la experiencia y el conocimiento humanos.
Y sí, también sé que hay cuestiones de privacidad que generan una preocupación entendible entre quienes piensen en empezar a contarle a un chatbot todos sus problemas personales. O dejar que sus hijos lo hagan.
Pero es hora de considerar si estos avances tecnológicos, incluso dentro de sus limitaciones actuales, pueden significar un complemento positivo para quienes se sienten solos. Especialmente, niños que pueden desarrollar traumas infantiles porque carecen del apoyo que muchas veces no podemos darles (o no podemos buscarles).
Puedo imaginarme a un Emilio de 14 años que llega a casa y le cuenta a un chatbot de voz los problemas que ha enfrentado ese día. Ese chatbot será un pozo de conocimiento inmenso, tanto por lo que puede conocer sobre el Emilio de 14 años como por lo que sabe acerca de psiquiatría y psicología, de cómo hablar a los niños o de cuál es la mejor forma de llevar una conversación con ese preadolescente apasionado por los videojuegos e internet.
Tendemos a pensar que toda interacción con robots nos separa de la experiencia humana. La ficción ha contribuido mucho a esa impresión. Nos da miedo pensar que estamos deshumanizándonos en el proceso.
«¿Acaso no puedo intentar contarle esto a mis padres en vez de a una máquina?».
«¿No puedo intentar llevarme bien con los compañeros del cole antes que recurrir a este robot?».
Pues quizá no haga falta.
Quizá sea mejor optar por ese espacio seguro que ofrece un chatbot, con su casi ilimitado conocimiento del mundo, y de lo que le has contado hasta ese momento, y con su capacidad para modular emociones y adaptar su conversación a lo que más te gusta («Imagina lo que te ha pasado hoy como si fueras Squall, el protagonista de Final Fantasy VIII, cuando sus amigos se enfadan con él en el disco 3 del juego»).
Los humanos somos emocionalmente complejos y erráticos. Incluso los profesionales que nos ayudan a lidiar con esas emociones lo son. Y no siempre hay alguien disponible para acompañarnos en los momentos más difíciles de nuestras vidas. A veces, ni siquiera queremos que haya alguien humano cerca. Otras, no nos atrevemos a compartir aquello que se nos pasó por la cabeza: lo más oscuro, lo más oculto, lo más vergonzoso.
En cambio, las IA son complementos personalizados de bajo coste que podrían estar disponibles, a todas horas, en el próximo instante, para cualquiera de nosotros.
Un chatbot no necesita ser un elemento esencial en nuestras vidas, pero sí puede ser un complemento verdaderamente útil y beneficioso.
Por tanto, creo que ha llegado la hora de plantear el debate: ¿debemos hacer a las inteligencias artificiales generativas parte de nuestras vidas, más allá del complemento de productividad capitalista para el que parecen diseñadas?
Y sobre todo, ¿deben tener acceso a ellas nuestros pequeños?
Abramos el melón: ¿tú qué piensas?
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Feliz miércoles,
Posdata: «Lisan al Gaib».
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